El aire que respiramos, como parte de nuestras necesidades vitales, es una combinación invisible de gases, principalmente nitrógeno y oxígeno y que carece de olor y de sabor. Pero además de conocer lo que es el aire y su composición, debemos ser conscientes de la importancia de la calidad del aire que respiramos, ya que de ello dependerá nuestra salud y en definitiva nuestra calidad de vida.
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Actualizado el 26 de mayo de 2023.
No debemos olvidar que, en el aire que respiramos, cumplen un rol fundamental las plantas y los árboles ya que, mediante la fotosíntesis, absorben el dióxido de carbono para liberar el oxígeno necesario para la respiración de los seres vivos.
Pero ¿sabemos qué contiene el aire que respiramos?
El aire que respiramos se compone de una mezcla de nitrógeno y oxígeno, el más importante para los seres vivos, pero también contiene gases nobles como el argón, neón, criptón o helio además de dióxido de carbono y vapor de agua.
De ellos, incluso podríamos diferenciar entre los gases que son inhalados en el proceso respiratorio como el nitrógeno, el oxígeno y algunos gases nobles como el argón, de aquellos que son expulsados al respirar o exhalar el aire, como el dióxido de carbono.
Además, y debido a la contaminación atmosférica y la contaminación generada por la actividad humana, el aire que respiramos contiene una serie de contaminantes como:
- Ozono: proviene de otros contaminantes denominados “precursores” y que son producidos por el tráfico, la industria o los sistemas de climatización. Estos contaminantes precursores se transforman en ozono, en presencia de radiación solar.
- Monóxido de carbono: es un gas sin olor ni color, pero muy contaminante y perjudicial para la salud. El CO se encuentra en el humo de la combustión de automóviles, estufas, cocinas de gas y aparatos de calefacción. Puede llegar a acumularse en estancias con una circulación de aire deficiente.
- Plomo: está presente en el aire, en forma de partículas finas, en las zonas urbanas. Su origen puede ser diverso; desde pilas o baterías hasta residuos industriales e incluso puede estar presente en el humo del tabaco.
- Partículas en suspensión (o material particulado): son una serie de diminutos cuerpos sólidos o de gotitas de líquidos dispersos en la atmósfera. Son generadas a partir de la actividad humana, como la quema de carbón para producir electricidad) o por medios naturales, como por ejemplo la actividad volcánica.
- Arsénico: es una sustancia tóxica liberada tanto por ciertas actividades humanas como de forma natural por la corteza terrestre.
- Asbestos: también llamado amianto es el nombre de un grupo de minerales fibrosos que están presentes en la naturaleza y son resistentes al calor y la corrosión. La inhalación de estas fibras de asbesto, que pueden quedar fijadas en los pulmones, produce importantes problemas de salud.
- Benceno: es uno de los productos químicos más utilizados ya que se emplea en la elaboración de resinas, plásticos, lubricantes, gomas, detergentes… incluso para producir pesticidas y ciertos medicamentos. También puede tener origen natural, por ejemplo, en el petróleo crudo y en incendios forestales. El humo del tabaco y la gasolina, también contienen benceno.
- Metano: es un gas de efecto invernadero cuyas principales fuentes de emisión son los combustibles fósiles, las explotaciones agropecuarias (se produce en el sistema digestivo de los rumiantes), y los vertederos.
- Dióxido de azufre: Es un gas que se origina sobre todo durante la combustión de carburantes fósiles principalmente carbón y derivados del petróleo.
En definitiva, aunque la contaminación atmosférica puede en algún caso tener origen natural, lo cierto es que la actividad humana es la forma de contaminación más perjudicial hoy en día. Industrias, motores de combustión, productos químicos, etc. resultado del avance de nuestra sociedad y de nuestro estilo de vida están provocando un deterioro cada vez mayor en la calidad del aire que respiramos.
¿Y la calidad del aire interior?
El concepto de calidad del aire interior está estrechamente vinculado a la salud de los ocupantes de un edificio, es por ello por lo que, conocer qué contaminantes están presentes en el aire viciado que respiramos y sus efectos en nuestro bienestar es fundamental. Comprender y controlar los contaminantes más comunes presentes en el interior de nuestros edificios nos ayudará a reducir el riesgo de problemas para la salud.
Como contaminantes del aire interior más comunes encontramos los producidos por los propios ocupantes en su actividad diaria, los materiales utilizados en la construcción, el uso excesivo o inadecuado de productos de limpieza, desinfectantes, insecticidas; el humo del tabaco y los gases procedentes de la combustión de equipos de gas y de climatización… Y si a todos estos contaminantes añadimos una inadecuada ventilación y un grado de humedad superior a lo aconsejable, los problemas ocasionados por la contaminación del aire se agravarán.
Entre las enfermedades más comunes asociadas a los contaminantes mencionados encontraremos diversas dolencias relacionadas con los ojos, las vías respiratorias altas (sequedad de garganta y nariz); relacionadas con los pulmones, con la piel y en general, otros trastornos como cefaleas, somnolencia, ansiedad, dificultad para concentrarse, etc.
Por supuesto, todo esto dependerá del grado de exposición y el efecto de los contaminantes en las personas, que no siempre es el mismo, pero en cualquier caso, en mayor o en menor proporción, nuestra salud se verá afectada.
Solución: una adecuada ventilación
Para mitigar la problemática sobre la calidad del aire interior en un edificio deberemos tener en cuenta una serie de variables, como la calidad del aire del exterior y el diseño del sistema de ventilación y acondicionamiento del aire, máxime hoy en día en que los edificios son cada vez más herméticos.
Las causas de una ventilación inadecuada se pueden deber a la entrada insuficiente de aire fresco a causa de un alto nivel de recirculación del aire o a un bajo volumen de entrada; a la colocación y orientación incorrectas de los puntos de entrada del aire exterior; a una distribución deficiente e incompleta con el aire interior lo que puede dar origen a estratificaciones, zonas no ventiladas, diferencias de presión que den lugar a corrientes de aire y variaciones en las condiciones de temperatura y humedad; y por último a un diseño incorrecto del sistema de filtración.
Y aunque en la actualidad, la normativa cada vez es más exigente con este tipo de deficiencias será fundamental contar con el sistema de ventilación más adecuado. En ese sentido, los sistemas de ventilación mecánica de doble flujo, los más eficientes del mercado actualmente, nos permitirán distribuir exactamente el aire a aportar y a extraer de cada estancia.
Este sistema consta de dos redes totalmente diferenciadas entre sí, una de aportación y otra de extracción. Cada una de estas redes deberá incorporar un ventilador, ya sea para extraer o bien para aportar aire, pero habrá que tener en cuenta que, al tratarse de una aportación mecánica, el aire introducido puede ser debidamente filtrado.
Mediante un sistema de ventilación mecánica con sistemas de control, transmisores de presión o sensores de CO2 dispondremos de un óptimo sistema de ventilación y de un entorno saludable y de máximo confort.